miércoles, 2 de septiembre de 2009

LA TELEVISIÓN COMO FACTOR A LA FALTA DE DIÀLOGO


La falta de comunicación es muchas veces la causa de diversos problemas tales como la perdida de valores en el ámbito social y también en otro, que es muy preocupante, el ámbito familiar a nivel hogareño.
Los medios de comunicación , -celulares, Internet, radio, televisión, etcétera-, influyen de manera directa en la comunicación familiar, dejando de lado los valores cotidianos imprescindibles para el desarrollo del ser humano como persona y ser social; el mismo valor que con el transcurso del tiempo fue perdiéndose y cambiando lentamente.
Como lo plantea Ernesto Sábato en su libro denominado La Resistencia, -“Los valores son los que nos orientan y preciden las grandes decisiones”-.
Teniendo en cuenta que uno de los factores influyentes en la falta de comunicación son justamente los medios de comunicación, como ya lo platee anteriormente, me voy a centrar en uno de ellos, “la televisión”, dado que explicar todos sería un arduo trabajo y llevaría un largo tiempo.
La famosa televisión, con el correr del tiempo, se ha convertido, o mejor dicho, la sociedad la ha convertido en una cultura popular, “la cultura popular de los medios audiovisuales”.
La televisión es un medio extraordinariamente presente en el 98% de los hogares. De tal forma es determinante su presencia que se ha dispuesto todo un rito de relación de dependencia de sete electrodoméstico que dispone de un lugar preferente en las habitaciones; rige los encuentros y horas de reunión de la familia, establece los roles de autoridad mediante la toma de posesión del mando a distancias; modela gustos; configura opiniones y , en definitiva, es un miembro más, que, como virtual patriarca o matriarca, acompaña a los ancianos, cuida a los niños, conversa por nosotros mientras comemos y ayuda a hacer los deberes o a superar crisis de adolescentes. El espacio de la casa es ahora el escenario de lo real: el mundo es cada vez más una hipótesis y deja paso a los textos que exhibe en cada hogar la ventana electrónica del televisor ante los cuerpos y ante las miradas de los espectadores. Según las encuestas, permanecemos una media de 211 minutos al día embelesados, hipnotizados, idiotizados ante su torrente de imágenes del mundo, de forma que cada vez cobra mayor importancia la idea de que nada ocurre o es, si no sale en televisión.
En palabras de Postman, la televisión ha alcanzado en nuestra sociedad un estado de “meta medio”, -“un instrumento que dirige no solo nuestros conocimientos del mundo, sino también nuestra percepción de las maneras de conocer”. En el espacio de lo audiovisual, la televisión es la diosa, muy por encima de cualquiera de sus próximos o semejantes. Diosa cuyo culto traspasa fronteras de toda índole reclutando creyentes cada vez más devotos y fanáticos que difícilmente cuestionan su fe.
Es, entonces, notoria su notable influencia en todos los sectores sociales, pero de una manera especial en los más jóvenes, en los niños y niñas que disponen ya de un aparato de televisión en su habitación, que sustituye al juguete al libro, a la madre, al padre, a los amigos, a la calle, a las palabras, y a la imaginación, entre otras posibilidades de relación, creándose un universo de cuatro paredes transparentes que juega con la ilusión de poder verlo todo.
El poder de este medio esta en “su capacidad de impacto, penetración social y poder hipnótico, debido a su percepción audiovisual”, (Cerezo, 1944).
Al abordar todo lo anterior, lo último que me queda por agregares que, sería interesante y yo diría hasta necesario, repensar las conductas que cada uno toma frente a este electrodoméstico, para al menos recuperar aquellos valores perdidos y mantener los que aún persisten en nuestras vidas, además de recordar la importancia de la comunicación y sobre todo del diálogo.

Graciela Araujo.

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